El libro de la negación en San Luis Potosí

Foto cortesía de Ramón Alvarado.

Ricardo Chávez Castañeda autor del "El libro de la negación", ilustrado por Alejandro Magallanes presentó esta novedad de Ediciones El Naranjo en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de San Luis Potosí. Acompañando al autor, estuvo el Doctor Ramón Alvarado Ruiz, profesor e investigador en la UASLP. Aquí les compartimos su participación.


Ramón Alvarado Ruiz
Universidad Autónoma de San Luis Potosí, FCSyH.

Puedo decir que conozco a Ricardo Chávez Castañeda por sus historias, mismas que han circulado ante mis ojos, no una sino repetidas veces, y cada libro es una sorpresa nueva, un reto. Pero la vista no lo es todo y sus palabras como semillas, se han empeñado en empozarse ahí en el corazón y la conciencia. Es curioso que un escritor que se ha hecho adulto lo sea ante todo por sus letras aniñadas; han pasado ya poco más de veinte años, para ser preciso 1991,  que La guerra enana del jardín le daba la satisfacción de recibir el galardón del certamen nacional de cuento San Luis Potosí. Quizá no sabía él que aquel brote de palabras se trocaría en una herida por la cual empezarían a manar las grafías que saltando de su imaginaria visión han poblado “el continente narrativo mexicano” desde entonces. ¿Por dónde empezar? Por donde mandan los recuerdos; Paliuca se convirtió para mí en el primer personaje entrañable y desconcertante de esa novela llamada La conspiración idiota. “Yo no fui al mar donde morimos”, así de golpe, sin esperarlo arranca nuestros recuerdos y nos empuja como lectores a construir desde la memoria a un personaje que se pierde. Se trata de unir los recuerdos y saltar los miedos propios; regresar a la infancia ahí donde se gana mucho así como se pierde.

Fueron después sucediéndose diversas historias: La estación de la vergüenza, El libro del silencio, Severiana, Fernanda y los mundos secretos, Georgia, El beso más largo del mundo, La valla y un largo etcétera que supera las letras del abecedario. ¿Qué he encontrado en esas páginas? La vitalidad y el compromiso de un escritor que evidencia nuestras entrañas, nuestras nada buenas conciencias… La etapa de las historia magnificadas, en la pluma de Ricardo cede a la etapa de las historias cotidianas, de las vivencias que construyen el aquí y el ahora; de esas voces acalladas que rompen con su silencio el velo de las apariencias y nos obligan a abrir las puertas y decir nuestros secretos. Cada una de sus historias es más que entrañable, deja una herida honda, honda…, honda a fuerza de palabras. Es abrir el abismo de nuestras conciencias en búsqueda de la esperanza.

¿Por qué este rodeo? Simplemente porque no sabía cómo comenzar a hablar de un libro que desde entrada se niega a sí mismo. Necesitaba hurgar en la memoria, buscar una pista, algo que me devolviera a la cuerda locura después de haber cerrado su Libro de la negación y darme cuenta que nada, absolutamente nada podía darme una asidero desde el que pudiera encontrar el hilo de Ariadna en el espiral ascendente de una historia que nos lleva a lo profundo del corazón, a nuestra pesadillas que escondemos y que Ricardo nos obliga a enfrentarlas para re-encontrarnos con nuestra humanidad.

Un libro para la vista, para la mente, para el corazón. Al talento de Chávez Castañeda se suma también el de un reconocido diseñador como lo es Alejandro Magallanes. Letra e imagen se acompasan para ofrecernos una historia simplemente conmovedora y que cimbrará sin dudas nuestras seguridades. El diseño se impone; curioso, si es complicado para el autor enfrentarse a la hoja en blanco, imagen ustedes lo que implica ahora tener una hoja en negro. Y también para nosotros como lectores, ya que la presencia de color y la ausencia de espacios oprime desde entrada y el autor nos reta: Esta historia es la peor del mundo, por lo tanto, es terrible. ¿Una historia de terror? No, no se trata de una historia de fantasmas, de aparecidos, de cosas que mutan de forma, de brujas… entonces, ¿cuál es el mérito de escribir algo que todo el mundo, aparentemente, conoce? El autor, nos recuerda que nuestra realidad está poblada de historias terribles, de sucesos indignos de contar que se prefiere callar para no afrontarlos y correr los riesgos. Sucesos que a diario negamos y que todos, como en el libro se dice, tendríamos que saber. Imaginemos el terror, como lo expresa el narrador, de la mano de una persona adulta en la cara de un niño apretando hasta provocarle la asfixia; o el de los millones de niños que mueren por que alguien defiende una nación, una religión, una economía, un líder.

Chávez Castañeda, vuelve a poner el dedo en la llaga, ¿Por qué siempre los niños como protagonistas y [además] siempre terminan asesinados? Es esa la reflexión de su personaje-narrador, un niño que a hurtadillas toma el libro que su padre está escribiendo y comienza a leerlo; a partir de ahí, va desgranando sus recuerdos y busca entender su presente porque al escuchar en la escuela la historia de los Santos Inocentes cree es la historia que su padre está contado.

Nuestro protagonista, un niño, sin rasgo alguno, anónimo, para que cada quien se ponga en su piel, en sus palabras, en su negación, no resiste la tentación de leer, de echar sólo un vistazo. Porque ¿Cómo se pueden ver las letras sin sentir deseos de leer? Ese mar blanco lleno de oleajes sucesivos cruzando de lado a lado la hoja como una buena corriente oceánica. Marejada que le arrastrará y que le sumerge en una historia, que se parece a la suya. Ricardo Chávez nos aleja de la orilla de la realidad, como suele hacer en sus relatos, no hay lugar, no hay espacio, porque de nueva cuenta, lo que ahí se cuenta bien puede suceder en donde sea. Es lo de menos, no busca ajustar al texto a una moldura, quiere, como la historia que escribe el papa del niño que sea “libre de barrotes verticales y horizontales para lo que es necesario pensar”. Sí, obligarnos en cada frase, en cada línea, en cada idea, en cada imagen a mirar más de allá de la estrechez de nuestras miras porque quiere que esta historia nos pertenezca.

¿Por qué si se trata de una historia de terror, la tendrían que conocer los niños? Pregunta el narrador, les pregunto yo a ustedes. Es como si también lanzará esa pregunta que duele en los ojos cuando se lee: ¿Les gusta el mundo donde viven?  Quizá de ahí que el autor insista en conducirnos con sus líneas hacia la infancia, ahí donde la sorpresa no ha mudado y aún el mundo nos parece un mar en calma: Lo peor es que todos fuimos niños y todos lo hemos olvidado. Es la acusación del narrador que no comprende cómo puede existir la iniquidad humana desde antaño, pero no sólo ello, sino lo peor como nos hemos empeñado en repetirla y dejar que el pasado nos siga alcanzado tomando forma de presente. El protagonista del relato, no comprende cómo es que las historias de su padre se materializan y pareciera que saltan de las páginas en un absurdo de la imaginación.

Ese es su mayor terror, saber que El libro de la negación cuenta historias que jamás hubiéramos querido escuchar. Pero no es normal, así no es la vida, no deberíamos acostumbrarnos a que los niños sufran así. Eso lo entiende el protagonista y a toda costa busca revertir el efecto negativo de las palabras retándonos ahora a cambiar esta historia de terror. ¿Cómo? Literalmente como él lo hace, reescribiendo la historia, convirtiéndose en un sembrador de semillas: Voy leyendo y escribiendo, leyendo las historias y escribiendo entre las historias, leyendo en desorden pero escribiendo en orden.  Ricardo Chávez lo ha dicho más de alguna vez como un reto: “No cierres completamente las puertas. No ahogues a tu lector. Dale un destello de luz, dale una posibilidad”. Creí encontrar ese atisbo de luz, ese respiro de poder reescribir la historia y revertir su efecto negativo en este final. Pero, Para aquellos que no gusten de las historias trágicas este libro tiene un final feliz en alguna página cercana al final. Pueden, pues, ustedes, quedarse en una felicidad falsamente construida con las tres letras más mentirosas de toda historia: fin.

Porqué en este libro, si somos valientes, el final es el comienzo; es el reto siguiente de seguir adelante, de no ser tan crédulos: No siga adelante el que no quiera sufrir. Por eso se llama así libro de la negación, no porque se nieguen los hechos, sino porque la historia se niega a desaparecer, a ser olvidada tan fácilmente. Se trata de un libro que no se puede negar, que no se puede extinguir, que se repite y hace perpetuo: adentro estaban todas las palabras inclinadas como por el viento y meciéndose igual que olas. Chávez Castañeda privilegia como en muchos de sus textos el lenguaje, las palabras, mismas que a su vez pueden ser salvación o destrucción. El texto es pleno en frases que seguramente seguirán gravitando en nuestra mente una vez que seamos capaces de cerrar el libro porque Una tormenta eso son a veces las palabras una tormenta.

Solamente si somos capaces de avanzar hacia ese re-comienzo de la historia podremos darle orden al aparente sinsentido del narrador-protagonista. Una vez que se él se ha atrevido a leer y después de ello a reconstruir la historia para darle el orden que requiere para también el mismo poder entender lo que le ha sucedido. Este libro no es para leerse de un tirón; la disposición del mismo nos obligará sin duda a hacer pausas, a regresar hojas para poder tomar la historia. Quizá por ello no tenga número de páginas para también tener la libertad de transitar por él a nuestro gusto. Sin dudas Chávez Castañeda, en una característica de su generación, está replanteando los tipos de géneros a que estamos acostumbrados leer. ¿Cuento? ¿Novela? ¿Relato? Rareza, dicen al final los editores. Digo, sin presunción, un relato para todos y para que cada quien le ponga el nombre que quiera.

Ahora, haciendo eco de las palabras del narrador, Esta historia les pertenece para que descubran el final que no es final, para que se estremezcan con su historia, para que se sumerjan no en sus páginas sino en las honduras de su corazón, qué es adonde nos lleva el narrador al confrontar nuestra inhumana humanidad. La urgencia de escribir por parte del autor se suma a la a urgencia de dejarnos un mensaje a través de estas páginas; de poder verter en las líneas su preocupación por volver la mirada a nuestro alrededor, a nuestro pasado, leemos en el libro:
No podemos dejar que esta época se vaya sin ponerlo en palabras.
Tengo que escribirlo para que a otros les importe… también para que a mí me siga importando… Mientras me importe… Mientras nos importe… Mientras parezca que nos importa… Mientras parezca que las palabras sirvan de algo…
Las palabras tiene que servir de algo, he aquí la esperanza. La última página del cuaderno es un mar en calma que se está llenado de lluvia, de palabras, parafrasearía yo. Para llegar a ello, tienen que leer el libro, tiene que ser capaces de cruzar el umbral del final de la historia para no dejar que se convierta en El peor libro del mundo. El escritor ha hecho su parte y además suma a ello el esfuerzo de un diseñador para poblar las páginas no solo de imágenes, sino de evocaciones de más palabras. Cada ilustración tendría que ser el detonador de nuevas palabras, de nuevas realidades. En muchos de sus libros Ricardo tiene esta preocupación por un lenguaje que se nos ha agotado y trata de ofrecernos alternativas. La reconstrucción de nuestro mundo, la recuperación de nuestra humanidad comienza por la recuperación del lenguaje y por saber "leer" el mundo que está a nuestro alrededor. Si hay una esperanza está en las palabras, esas que como en su libro Severiana  [...] comienzan a a deslizarse suavemente las unas hacia las otras igual que peces, igual que amantes. Se besaron, se abrazaron, se enamoraron o lo que sea que les suceda a las palabras cuando se unen en frases y en párrafos, en páginas colmadas de imágenes. Tantas palabras juntas [...]

En vez de un final feliz, un inicio feliz, es su promesa y a nosotros nos corresponde materializarla a partir de ahora. El libro comienza ahora su andar, la mía es una invitación, un desafío, cada uno dispondrá la lectura y ojalá después se puedan compartir las experiencias. Por ahora, me consta que estas páginas han arrancado ya un par de lágrimas y movido las seguridades de nuestro mundo comoditicio. No pueden ya negarlo, si se atreven, tienen que leerlo.





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