La nueva novela de Antonio Ramos Revillas con ilustraciones de Isidro R. Esquivel |
Los libros que sí son los que seducen, atrapan, envuelven y confrontan. Historias que me sacan de mi vida cotidiana y me instalan en una casa nueva, ilusoria, breve, ficticia pero muchas veces más real que la casa en la que habito.
Por: Carmen Alanís
La literatura no es realidad, sino el sueño del soñador que transforma las frases en ensoñaciones, dice Beatriz Espejo.
La guarida de las lechuzas, de Antonio Ramos, es un libro que sí.
Nomás leyendo el inicio de esta novela, me arrellané en mi sillón y me perdí entre las líneas, los cuartos y los habitantes de la casa nueva.
La puerta de entrada me sitúo en el barrio de David, el protagonista, un chico de catorce años que estudia el tercer grado de la secundaria. ¿Qué hay en ese mundo, qué preocupa a David, dónde pone su alegría, su miedo, su esperanza?
Mediante avanzaba en la lectura, poco a poco, los recuerdos
de mi infancia y mi adolescencia empezaron a llegar como regalos, entre las
letras y las páginas. Algunos amigos que ya se han perdido en el tiempo
llegaron a mí en forma de sueño.
La literatura que sí, la que me gusta, es la que me hace
sentir más viva mi vida, la que me aplasta, la que me obliga al silencio, la
que me revela emociones desconocidas, la que me ayuda a entender a los otros,
la que me permite encontrar hallazgos en el reflejo de sus historias.
Me hizo recordar una pelea de niñas en sexto año de
primaria. María y Lety: guerra de piedras. María fea, grotesca, pelo quemado.
María mala, burlona, sucia, grosera, apestosa. Lety bonita, delicada, cabello
largo, lacio y perfumado. Lety amable, carismática, popular, inteligente y muy
querida. La banda de las feas guarritas contra la banda de las bonitas
brillantes. Piedras volando como si fueran pájaros en el patio de la escuela.
Yo nomás mirando, de lejos, sin tomar partido; de haber participado en la
guerra, ahora estaría contando un descalabro.
También recordé un miedo viejo: enfrentarme a la vida, a la
intensidad de la vida. Admito que el miedo ha estado presente siempre, como la
sombra que hace el sol a mediodía, pero más intensamente durante mi
adolescencia . El crecimiento doloroso: los pelos, la primera sangre, los
huesos estirándose adentro de mi cuerpo, los músculos y las heridas, el
desconsuelo, la incertidumbre, la soledad.
Cuando fui a la secundaria, la risa era una escapatoria.
Risa para todo: el gordo, la muchacha que huele a sobaco, el tonto, la que se
la pasa imitando cantantes, el maestro que habla chistoso, el muchacho que se
quedó chaparro para siempre, la chica llena de acné. Incluso, risa para el loco
esquizofrénico, risa para la que se embarazó a los catorce y risa para el que
ya no regresó porque la cocaína lo había secuestrado.
Una vez, una compañera fingió tropezarse para arruinar una
extraordinaria maqueta del aparato reproductor masculino. El equipo A se había
esmerado en su trabajo. Sin embargo, la líder del Equipo A era una mustia a la
que ningún otro equipo quería. Entonces, como por arte de magia, mi compañera
se resbaló accidentalmente, desparramando unas papitas con salsa y una bolsa de
coca cola sobre la obra de arte.
En la novela, encontré un sistema de relaciones muy parecido
al que yo viví en los ochenta, muy moderno y muy hostil. Un sistema de
relaciones sin mucha diferencia al que se vive en cualquier secundaria del país
el día de hoy: burlas, humillaciones, pruebas de lealtad, amenazas y bromas
pesadas. También encontré redes sociales y usuarios expertos de las nuevas
tecnologías, nativos de la era digital. Los chismes corren rápido: la
comunicación es inmediata.
Hace apenas unas cuantas semanas, se hizo viral en el país y
más allá de nuestras fronteras un video en el que Idalia Hernández, maestra de
la clase de Recursos Humanos en el CBTis 103, en Ciudad Madero, Tamaulipas,
reprendió a su alumna Marina por haberla insultado en una red social. La
maestra preparó una lección inolvidable para la estudiante. Grabó en video un
regaño en el que le pide a Marina que se disculpe por haberla llamado “puta” en
Twitter; de pasada, también regañó a Grimaldo. ¿Por qué lo compartiste,
Grimaldo; por qué le diste like? ¿Acaso te pareció muy gracioso?
En La guarida de las lechuzas se abordan temáticas como el bullying, la identidad y conflictos entre adolescentes |
El protagonista quiere formar parte de algún grupo, cueste
lo que cueste. Acerca de la soledad, dijo David, un poco triste: “Aunque tenía
amigos, solos, siempre estamos solos”. Más tarde, reconoce el sentido de la
identidad y la confirmación de la persona en la sociedad: “Sólo cuando estamos
con otros somos alguien”.
¿Cómo espantar el vacío, cómo integrarse al mundo? No hay
otra manera: cediendo, complaciendo a los demás. Todos quieren cosas de David:
todo el mundo le extiende solicitudes y obligaciones. Los padres piden. La
escuela pide. Los amigos piden. La chica que le gusta pide. Hay prisa por
crecer, por tener aceptación, por alcanzar la popularidad, por conocer el amor.
Todo es urgente y todo es para ayer.
En la realidad, como en la ficción, somos capaces de
cualquier cosa con tal de formar parte. En la infancia y la adolescencia
entramos al juego de las competencias para que nos acepten. Entrenamiento,
golpear, patear, pruebas de valentía. Me temo que no cambia mucho cuando nos
hacemos adultos. Una carrera universitaria, una maestría, un doctorado, los
viajes, un coche, una casa, el matrimonio, los hijos, los nietos, los
bisnietos…
Me gusta la gente nocturna y sus murciélagos. Bien lo dicen
Los Tucanes de Tijuana, cito: Y a mí me gusta vivir de noche. Y mí me encanta
la desvelada. A mí me gusta vivir de noche. Yo soy un hijo de la madrugada. Fin
de cita.
Encontré un tema de fondo en toda la novela. En La guarida
de las lechuzas la noche es otro de los personajes. Uno de los mejores amigos
de David es Ulises, El Vampiro, un chico con una enfermedad que le impide estar
en contacto con la luz solar.
El Vampiro, que vive en un sótano, protegido de los rayos,
incluso de los que entran por la ventana, observa la vida con un catalejo.
Recordé a Neruda: “La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a
lo lejos”. También recordé a Lope de Vega: “Noche fabricadora de embelecos,
loca, imaginativa, quimerista”.
Me complace que los lectores encontremos personajes lectores
en las páginas del libro, que tengamos diálogos, con encuentros y
desencuentros.
Recomienda Paulo Freire que no nos limitemos solamente a la
lectura de la palabra, a la lectura del texto, sino que nos atrevamos a
defender la lectura como un acto integral: lectura de contextos y, en tres palabras,
lectura del mundo.
En La guarida
de las lechuzas habitan jóvenes que leen.
Conocen a Roald Dahl, Michael Ende y Julio Verne. Qué lujo encontrar libros
adentro de los libros. Fue como jugar con matroskas y, adentro de la mastroska
más pequeña, me encontré a mí, leyendo una novela en la que me cuentan
historias de chicos que son lectores de novelas.
Aunque esta obra me despertó muchas inquietudes más,
concluyo ahora mis comentarios con una frase que me parece subversiva y de carácter
rebelde. A mí no me agradan mucho las cosas que le gustan a los demás, dice
David.
A mí tampoco me gusta todo. Prefiero buscar, elegir,
indagar, seleccionar, decidir. Me hace feliz hacerme preguntas y estoy
convencida de que esa capacidad se potencializa cuando estamos cerca de la
literatura, cuando nos atrevemos a construirnos mediante las historias y las
palabras, cuando somos capaces de explorar nuestro espacio íntimo.
Para finalizar, celebro la acertada decisión de Ediciones El
Naranjo por la publicación de esta novela. Agradezco a Antonio Ramos por su
amistad, por invitarme a presentar este nuevo libro y, sobre todo, por
regalarnos una obra inteligente orientada a público juvenil inteligente.
Y, a todos ustedes, recomiendo ampliamente la lectura de La guarida
de las lechuzas, un libro que sí.
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Texto leído en la XXIII Feria Internacional del Libro
Monterrey 2013, el domingo 20 de octubre, durante la presentación de La guarida
de las lechuzas, de Antonio Ramos, publicado por Ediciones El Naranjo. Tomado del blog La Bauba, de Carmen Alanís.
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